martes, 30 de julio de 2013

En Campus Stellae (Compostela).



A esperar que cayeran los sueños. Cuestión de paciencia. Y de fe, según su madre le había aleccionado para que profesara una, pues disponer de tal recurso es muy positivo: <Creer no es necesario únicamente para vivir; también para morir>. Eso pudo oír desde pequeño, entresacar del ambiente familiar. La esperanza, por tanto, era la justa fiel de aquel chico, hijo de poeta, sentado aún, absorto, en pétrea reflexión sobre el muro de la fatídica curva de Campus Stellae (Compostela, en castellano), donde ocurrió la tragedia, hace apenas una semana.
            Por supuesto, sus conocimientos de trenes no fueron nunca más allá de los propios en cualquier muchacho de igual edad, esto es, aquellos que se recuerdan de la infancia, viales y sonido del “eléctrico” montado en el salón comedor de casa y cargado con toda la expectación acumulada durante la Noche de Reyes. Nada comparable con la realidad de los “mayores”, sujetos, como debe ser, a estrictos códigos de circulación férrea, máximas y mínimas velocidades,  modernos sistemas de seguridad que, caso dado, puedan frenar  la muerte en seco.
            Nada de lo anterior sucedió esta vez (evidente). No ganó la normalidad, la misma con la cual él recolocaba su tren cuando, en una y otra ocasión, descarrilaba. Tampoco jamás unas imágenes (esos vagones lanzados hacia la pared), se ajustaron tan proporcionalmente al peso y poso del dolor a punto de producirse y cuyos efectos habrán de prolongarse por largo tiempo. Impensable la noticia, increíble lo acaecido, por más que –insistimos-, ahora la fe se ofrezca como soporte.
             Y es que, aunque la práctica diaria  lleve al conocimiento de lugares, recorridos, cálculos, cercanías y distancias, forma parte de la experiencia humana, es natural también que no siempre “la vida salga a tu encuentro”, ases  negros en la manga, bien sabemos de quién, dispuestos a determinar el desenlace del juego en décimas de segundo. Como ha sufrido en sus carnes Santiago, Galicia, España, el mundo. Nunca, así, la imprudencia, si la hubo; menos, el olvido. Nunca la lluvia sea de lágrimas. En Campus Stellae. En ningún sitio.    
  
C

viernes, 26 de julio de 2013

El cine en Huelva (y II),



Desde el siglo XIX el cine tuvo presencia en Huelva. En el recuerdo, los escenarios de las primeras presentaciones del cinematógrafo: Teatro Colón (1896), Círculo Mercantil y Agrícola (1898). solar de la calle de Zafra (1900)...
            La fecha a destacar ahora es, sin embargo, 1915, cuando se inaugura el Cinema Onuba en la calle Vázquez López., cine de verano (en principio), ubicado donde años después se construiría el Real Teatro.        .
            Proyecciones de películas, documentales sobre corridas de toros...La extraordinaria acogida dispensada en Huelva al nuevo arte garantizaba, a todas luces, su continuidad, supervivencia ampliamente justificada, entre otras razones porque es verdad que al cine” uno va a enamorarse”, belleza incluida de las actrices y actores . Tal es el encanto de la sala oscura.
            Mas la influencia del Cinema Onuba no se supeditó a Huelva capital. Ya el diario La Provincia, (20/8/1915)-, se encargó de informar también del estreno de ¿Quo Vadis? en Nerva y otros  pueblos. Desde entonces, y según “estamos hechos del mismo material que los sueños” (Shakespeare), Huelva se hizo gran aficionada al séptimo arte,  de naturaleza incomparable, y que tanto sirve para distraer, formar y acceder a lo profundo de los sentimientos humanos.
            No obstante lo dicho, la consolidación del cine en Huelva no fue tarea fácil. Así, se constata, por ejemplo, que, en 1918, el espacio que ocupara el citado Onuba fuese una gallera. En los siguientes veranos -1919, 1920 y 1921- la cartelera cinematográfica volvió a colgarse en el referido punto, aunque bajo el rótulo de Cinema Victoria.
            Es clave el año 1922, cuando Joaquín Gonzalo Garrido, dueño del referido lugar, procedió a  las obras –Martínez  Navarro, A.J: Historia menuda de Huelva. Tomo I, pág. 75. Huelva, 1990-, del inicialmente denominado Real Teatro, con posterioridad -tiempos republicanos-, Gran Teatro.

martes, 16 de julio de 2013

El cine en Huelva




Dicen que el celuloide en el cine tiene fecha de caducidad, ley de vida a favor, ahora, del formato digital. Lo que no reduce ni amplía las posibilidades de nuestro nervio óptico, “un choque, veinticuatro imágenes por segundo” (F, Trueba).
Atrás queda, sin embargo, una historia relacionada con aquel material  No hay que olvidar hablamos de un arte popular. Y popular, como nos hacía ver el escritor Francisco Ayala, “con todas sus consecuencias. Los pueblos de la Tierra, en competencia de entusiasmos, se han apresurado a recibir sobre sus cabezas el agua del cinema: el gallo, plano y negro, ha cantado desde su veleta un alba unánime; el león ha sacudido con su bostezo caliente un bosque de nervios; el globo terráqueo ha girado con suavidad desde su eje, y el destino de Diana registra cada día un viento internacional…Dentro de este zodíaco de marcas, el cine va cuajando un espíritu nuevo, universal, solidario”.
Enorme popularidad, pues, en correspondencia igualmente con su trayectoria, y a partir de Louis Lumière, quien utilizó su invento para rodar al aire libre breves documentales (Arrive du train en gare de La Ciotat). Pero, sobre todo, desde que Georges Meliès, ilusionista y director del teatro Robert Houdin de Paris, introdujo en el cine la puesta en escena de origen teatral, el rodaje en estudio y casi todos los trucajes del cine moderno, lo que posibilitó su rápida expansión y arraigo social.
Huelva vino a familiarizarse enseguida con el nuevo arte. Iniciativas tomadas al respecto en esta ciudad vienen a demostrarlo. Tal fue la presentación del cinematógrafo en la capital onubense La prensa local – Diario La Provincia (22/121896) - recogía el hecho de la siguiente manera: Mañana, miércoles, se verificará la inauguración del cinematógrafo perfeccionado “Yoli”, primero en su clase en España, instalado en el Teatro “Colón”. Dado lo interesante del espectáculo y lo económico de los precios, creemos serán muchísimas las personas que han de visitarlo, pues este curioso invento ha llamado poderosamente la atención en todas partes donde se ha exhibido. El espectáculo será a las ocho.
El acontecimiento dejó huella, fomentó un ambiente, creó una cultura que, hoy, se echa de menos.

martes, 9 de julio de 2013

Una habitación con vistas



Nada que ver el titular con la película de igual nombre, aquel drama romántico dirigido por James Ivory (1985), adaptación de la novela de E.M. Foster, que fuera galardonado con tantos Óscars, Baftas y demás premios reconocidos, en el cual la protagonista, Lucy Honey, una joven inglesa de buena familia, y su prima, Charlotte Bartlett, -ambas de viaje en Florencia-, conocen en la pensión donde se hospedan al excéntrico señor Emerson y a su hijo George, quienes amablemente ceden sus habitaciones  a las citadas damas para que disfruten de una ventana con vistas a la ciudad.
            Aparte, y en pretendida relación con lo anterior, las golondrinas de hoy, que solo en su calidad de pájaros insectívoros de alas largas, delgadas y puntiagudas y cuyas características les permiten vuelos acrobáticos y veloces, de rápidos ascensos y descensos ya sea en altura o al ras del suelo, se parecen a las de ayer, las de – valga por su popularidad la referencia escogida-. la Rima LIII: Volverán las oscuras golondrinas/ en tu balcón sus nidos a colgar,/ y otra vez con el ala a sus cristales/ jugando llamarán /…, las cuales continúan encantando, sencillamente porque Bécquer es Bécquer. 
            Estas de ahora son, igualmente, migratorias, con viajes de ida y vuelta, y anunciadoras de la primavera, Como siempre. Las mismas dan, sin embargo, otro aire. O se lo dan seguramente, que en asuntos de vender confortabilidad,  antes y después del punto.com, el mundo nuestro (de muy pocos, más exactamente), ha sido y es un publicista experto. He ahí, pues, la explicación del nuevo comportamiento que observamos en las golondrinas, vaticinado incluso por el propio Bécquer: Pero aquellas que el vuelo refrenaban/ tu hermosura y mi dicha a contemplar,/ aquellas que aprendieron nuestros nombres.../ esas... ¡no volverán /. Y tanto que fue, es así, y en actitud ajena a cualquier principio romántico. Porque muchas golondrinas actuales no se conforman con vivir en una casucha, hueco de árbol o establo. Quieren también lo que la mayoría: ¡una habitación con vistas!

martes, 2 de julio de 2013

Faustino Rodríguez



La vida imita al arte mucho más que el arte a la vida, es frase célebre de Óscar Wilde. Y acertada, según son también muchos los artistas que a lo largo de la Historia Universal dieron testimonio de ello. De la actual, Faustino Rodríguez, proyectada igualmente su obra al infinito, es, sin duda, un notorio ejemplo. La vida misma es la primera en reconocer cuanto del creador onubense decimos, situado ya él sobre ese sencillo aleph donde, acompasados espíritu y materia, a diario “ora et labora”; sabedora ella de cómo debe posicionarse ante fluyentes imágenes pictóricas (poéticas, al unísono), las cuales dejan ver –sentir-, no solo lo que hay más allá de la intuición, sino el estudio y rigor técnico administrados, camino hacia el laberinto simbólico y luminoso que el autor ofrece y en el que el misterio es un componente continuo. En consecuencia, y rendida con motivos la creatividad a nuestro personaje, ¿qué importa que Babel quedase entonces paralizada, si ahora Faustino es capaz de resolver la confusión de las lenguas, reconstruir la famosa torre? ¿Y que el Templo de Salomón fuese reducido a un montón de piedras? ¿O que Persépolis se esfuerce en demostrar la grandeza de un imperio? Nada fuera, lejos ni imposible; nadie, incluido este siglo XXI que, en sus prisas, descataloga y envía a los sótanos tantos cuadros y firmas, podría permanecer indiferente frente al quehacer de Faustino Rodríguez, artista otro, distinto, siempre en lo que queda tras la contemplación de lo bien hecho, y de los que quedan en  la vía –vida-,  que existe del sueño a la realidad. De un extraordinario pintor, pues, hablamos. Y de su interior tierra de promisión, colmada ésta de color, filantropía, filosofía, literatura, música, mística, números, alquimia, magia y astrología tomamos, en paralelo, referencias. Junto a todo, lo evidente de la identidad como recurso de alcance, la llave “con el tiempo dentro” que Faustino propone y de la que dispone para abrir el campo de un definido estilo, lo fundamental en el orden de las significaciones, lo imprescindible cuando se trata de interpretar el  mundo en que vivimos. Lo propio, en suma, de un  maestro.