A esperar que cayeran los sueños.
Cuestión de paciencia. Y de fe, según su madre le había aleccionado para que
profesara una, pues disponer de tal recurso es muy positivo: <Creer no es
necesario únicamente para vivir; también para morir>. Eso pudo oír desde
pequeño, entresacar del ambiente familiar. La esperanza, por tanto, era la
justa fiel de aquel chico, hijo de poeta, sentado aún, absorto, en pétrea reflexión
sobre el muro de la fatídica curva de Campus
Stellae (Compostela, en castellano), donde ocurrió la tragedia, hace apenas
una semana.
Por
supuesto, sus conocimientos de trenes no fueron nunca más allá de los propios
en cualquier muchacho de igual edad, esto es, aquellos que se recuerdan de la
infancia, viales y sonido del “eléctrico” montado en el salón comedor de casa y
cargado con toda la expectación acumulada durante la Noche de Reyes. Nada
comparable con la realidad de los “mayores”, sujetos, como debe ser, a estrictos
códigos de circulación férrea, máximas y mínimas velocidades, modernos sistemas de seguridad que, caso dado,
puedan frenar la muerte en seco.
Nada
de lo anterior sucedió esta vez (evidente). No ganó la normalidad, la misma con
la cual él recolocaba su tren cuando, en una y otra ocasión, descarrilaba. Tampoco
jamás unas imágenes (esos vagones lanzados hacia la pared), se ajustaron tan
proporcionalmente al peso y poso del dolor a punto de producirse y cuyos
efectos habrán de prolongarse por largo tiempo. Impensable la noticia,
increíble lo acaecido, por más que –insistimos-, ahora la fe se ofrezca como
soporte.
Y es que, aunque la práctica diaria lleve al conocimiento de lugares, recorridos,
cálculos, cercanías y distancias, forma parte de la experiencia humana, es natural
también que no siempre “la vida salga a tu encuentro”, ases negros en la manga, bien sabemos de quién,
dispuestos a determinar el desenlace del juego en décimas de segundo. Como ha
sufrido en sus carnes Santiago, Galicia, España, el mundo. Nunca, así, la
imprudencia, si la hubo; menos, el olvido. Nunca la lluvia sea de lágrimas. En Campus Stellae. En ningún sitio.