Con
el verano erigiéndose como la mejor época del año – es el suyo un reconocimiento
ganado a soles-, la vida al día, desnuda casi de pasados sufridos y de
preocupaciones futuras, parece más fácil, mirada desde esa otra perspectiva por
la que, siendo uno el principal objeto de contemplación, la realidad propia se
aprecia ahora colmada de claridad. Una visión ésta tal vez demasiado nuestra,
pero, asimismo por ello, nunca rechazable; todo lo contrario. A fin de cuentas
o de cuento, el laberinto o torbellino del vivir, que a diario amenaza con
tragarnos, suele ceder normalmente cuando le plantamos cara y además con
recursos nada caros, tales son los “primores de lo vulgar” o detalles
cotidianos que tanta felicidad producen y por la belleza que encierran. Sentir
así, sin ausencias de señales, que ninguna estación nos ignora. Sabernos también
lectores de lo creado alrededor, figuras con conciencia hacia la incesante
búsqueda de la identidad personal. En tal sentido, y porque, entre cantos y
silencios, el mundo siempre querrá decirnos algo, cobra especial importancia el
punto o lugar en el cual nos situemos: la azotea del alma, por ejemplo, de cuya
consistencia no conviene dudar, tampoco de su voluntad de ofrecernos las cosas
por derecho, lo fiel de cada momento. Visto incluso lo visto (la humanidad es
criatura vieja), forma parte igualmente de una seria reflexión considerar que
para congraciarse con la existencia no hace falta la realización de épicas
acciones; menos, creer que la meta de mayor rentabilidad sea aquella
representada por un ascenso social. Nada de esto último – insistimos- vale,
sirve, da garantías suficientes al gozo. Sí, en cambio, la sencillez, la
humildad, la transparencia de lo mínimo, lo pequeño grande del hombre.
De
todo lo anterior dejó palabras muy buen puestas y dispuestas el escritor Jorge Urrutia en su prólogo a mi Rumor de luz. No sé cuántas veces desde
entonces las habré releído, repensado. Y todo porque, aunque la vida no esté
bien hecha, sí es morada apetecible. Con azotea interior, encalada, dominadora,
todavía más.