martes, 25 de junio de 2013

Desde la azotea




         Con el verano erigiéndose como la mejor época del año – es el suyo un reconocimiento ganado a soles-, la vida al día, desnuda casi de pasados sufridos y de preocupaciones futuras, parece más fácil, mirada desde esa otra perspectiva por la que, siendo uno el principal objeto de contemplación, la realidad propia se aprecia ahora colmada de claridad. Una visión ésta tal vez demasiado nuestra, pero, asimismo por ello, nunca rechazable; todo lo contrario. A fin de cuentas o de cuento, el laberinto o torbellino del vivir, que a diario amenaza con tragarnos, suele ceder normalmente cuando le plantamos cara y además con recursos nada caros, tales son los “primores de lo vulgar” o detalles cotidianos que tanta felicidad producen y por la belleza que encierran. Sentir así, sin ausencias de señales, que ninguna estación nos ignora. Sabernos también lectores de lo creado alrededor, figuras con conciencia hacia la incesante búsqueda de la identidad personal. En tal sentido, y porque, entre cantos y silencios, el mundo siempre querrá decirnos algo, cobra especial importancia el punto o lugar en el cual nos situemos: la azotea del alma, por ejemplo, de cuya consistencia no conviene dudar, tampoco de su voluntad de ofrecernos las cosas por derecho, lo fiel de cada momento. Visto incluso lo visto (la humanidad es criatura vieja), forma parte igualmente de una seria reflexión considerar que para congraciarse con la existencia no hace falta la realización de épicas acciones; menos, creer que la meta de mayor rentabilidad sea aquella representada por un ascenso social. Nada de esto último – insistimos- vale, sirve, da garantías suficientes al gozo. Sí, en cambio, la sencillez, la humildad, la transparencia de lo mínimo, lo pequeño grande del hombre.
            De todo lo anterior dejó palabras muy buen puestas y dispuestas el escritor Jorge Urrutia en su prólogo a mi Rumor de luz. No sé cuántas veces desde entonces las habré releído, repensado. Y todo porque, aunque la vida no esté bien hecha, sí es morada apetecible. Con azotea interior, encalada, dominadora, todavía más.           

martes, 18 de junio de 2013

Con Junio en las manos



“El fuego no emerge de la piedra, solo se traduce / su respiración” (José Bento).Como cita para abrir boca, y en alza natural -suponemos-, las temperaturas, vienen  bien los anteriores versos, según es intención nuestra, ahora que descanso y verano sellan sus pactos habituales, recolocar en las manos de los lectores un buen libro. El mismo libro de los gustos es amplio, ya se sabe, razón también por la cual los títulos posibles componen una relación grandísima. Aun así, en junio, una apuesta primera y válida es, sin duda, Junio (1957), del cordobés Pablo García Baena. El poeta, entre los mejores y actuales; su escritura, de lo más selecto – “Bajo su sombra, junio”-, en palabra “justa y a la vez lujosa, precisa y preciosa, inmersa en la tradición clásica” (M.A.Vázquez Medel). Baste como prueba la muestra que sigue: Bajo tu sombra, Junio salvaje parra,/ ruda vid que coronas con tus pámpanos las dríadas/ desnudas,/ que exprimes tus racimos fecundos en las siestas/ sobre los cuerpos que duermen intranquilos.
            Y claro es que, aunque siempre cobre importancia saber seleccionar texto y contexto, lo verdaderamente fecundo es el acto de leer en sí y por el enorme calado de sus efectos en la vida de las personas. Decía a propósito Jaime Balmes, “la lectura es como el alimento: el provecho no está en la proporción de lo que se come, sino de lo que se digiere”. Exacta apreciación. Muy a tenerla en cuenta en el mundo de hoy, en el que la complejidad acentúa con creciente fuerza  la necesidad de disponer de los nutrientes básicos, de manera el ser humano pueda acceder a una mente equilibrada, capaz de dar respuesta adecuada a los múltiples mensajes que, por doquier, aparecen ante la mirada propia y la ajena. Leer  lleva, además, implícito el beneficio del análisis, la comparación, el contraste, la síntesis…O sea, casi todo.  Por ello que, en junio y en cualquier tiempo, merezca la pena. Su práctica dibuja igualmente el perfil más racional. Y gratificante: “Que otros se enorgullezcan por lo que han escrito; yo me enorgullezco por lo que he leído”: Borges. ¿Alguien que aporte más?

martes, 11 de junio de 2013

Ante la Casa Colón



El acercamiento a sus muros exteriores era de casi obligado cumplimiento para el alumnado de la recordada Librada Vázquez, profesora del entonces Instituto de Enseñanza Media “La Rábida”, de Huelva. Se trataba, sencillamente, de completar el herbario propuesto en la clase de Ciencias Naturales y la palmadocompuesta nunca renunció al placer de erigirse en estrella, la hoja más difícil de encontrar, ese “cromo” que rara vez contiene el sobrecillo comprado en el quiosco. Pero yendo a la Casa Colón, ¡ya está!, pues con edad de bachiller ¿qué problema puede calificarse como tal?
             En la época referida, también la palma de la mano servía, en Huelva, de mapa a  todo: estudios, ambientes frecuentables y perfiles de un casco urbano del cual las iglesias de San Pedro, La Concepción, La Merced,  La Milagrosa, y San Francsco,  por una parte; y los dos “Brasil”, el mencionado instituto, el Santuario de La Cinta, y el antiguo estadio “Colombino”, por otra, marcaban, junto a los cabezos, las cotas singulares de la ciudad. Sin olvido posible -insistimos-.de la Casa Colón,  protagonista, hoy, de nuestra historia, cuya esplendente figura vino a señalar desde El Punto, el punto de arranque de la capital onubense hacia la modernidad.
            Antaño (1883), fue aquella hotel palacial, primer establecimiento de esta clase en España y a la altura de los principales de Europa (es lo que, al menos, se decía en la crónica de “La Provincia” (20/3/1882). de la mencionada construcción, levantada por iniciativa de Guillermo Sundheim); ahora, y desde su rehabilitación en 1988, Palacio de Congresos y Exposiciones. Un edificio que, por supuesto, da mucho más que para la búsqueda de una simple hoja, tantas y tan variadas como tuvo y retiene, sin muros algunos que las tapen y que, además, invitan a lecturas siempre apetecibles, ya sea  porque la fragancia propia continúe fundiéndose con la del mar, ¿o no?; ya porque ausencias y presencias hagan del  recinto lugar idóneo de convocatoria conjunta, libradas al fin de nota y condición. Y en reflexiva mirada sobre quiénes somos y adonde queremos ir, esto es, a nosotros mismos.

martes, 4 de junio de 2013

Idilios, de Juan Ramón Jiménez



Idilios, de Juan Ramón Jiménez, será presentado el próximo martes (20 horas), en la Biblioteca Pública de Huelva, en acto organizado por el Centro Andaluz de las Letras y que contará con la participación de Rocío Fernández Berrocal, reconocida juanramoniana e introductora de la citada publicación.
             Idilios (“en una obra como la mía, un título es casi un libro –pues ya están tocados los temas que se indican en otra parte-“, decía el autor), estuvo inédito hasta hoy y su aparición en Ed.”Isla de Sistolá” viene a responder con exactitud a las instrucciones que dejara marcadas Juan Ramón, bajo aquella concepción también suya de la disciplina (“cada día el gusto de cada día”). Se trata, además, de un libro que, en orden distinto y según fuera convicción general del Nobel moguereño, “lleva dentro una historia”. De amor en este caso y con trayectoria que se resuelve en Zenobia, “su aspiración ideal”.
             Idilios (1912-.1913), a caballo el escritor entre Moguer y Madrid, y al término de una etapa importante (1905-1912) para él, vivida íntegramente en su pueblo natal y caracterizada por una intensa actividad literaria (escribe, entre otros, Olvidanzas, Elejías, Baladas de Primavera, La Soledad Sonora, Pastorales, Poemas Májicos y Dolientes... Concibe igualmente Platero y yo, el cual revisaría y aumentaría hasta la primera edición de 1914), es, como bien define Rocío Fernández Berrocal, poemario con unidad completa, colmado de “brevedad, gracia y espiritualidad” concluyentes en ese Amor – con mayúscula, igual que su Obra-, que llega a sublimar a todos, del que –insistimos-, Zenobia es referente principal.. Nos hallamos, de tal suerte, ante un título clave para el seguimiento de la poesía de JRJ, libro éste que el autor dividió en dos capítulos (“Idilios clásicos” e “Idilios románticos”), y con curso natural y evolutivo que nace en la belleza carnal, pasa por la espiritual y culmina en la belleza en sí (“la verdadera madre de la acción y el verbo”, en aforismo del mencionado creador).En síntesis, lo “deseado y deseante” en un místico de la palabra como lo fue, es, Juan Ramón, “el poeta  español del siglo XX que mejor resiste el paso del tiempo” - Antonio Colinas, en el prólogo de Idilios-  y por la amplitud de su obra, su voz propia y su sentido universalista en el sentir y en el pensar”.
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