Las cosas, igual que los seres vivos, debieran estar dotadas de sentidos. Siquiera de aquellos que les pudieran servir para identificarse en un momento dado, poner un grito en el cielo (por aquí no suelen prestar mucha atención), o tirar una piedra sin esconder la mano. Y a buen seguro que algunos- cuerpos difíciles de distinguir, no por grandes o pequeños, sino por la poca claridad que generan- se lo pensarían antes de meter la pata para particular provecho, al margen que tal acción pueda doler, herir e incluso matar. Los hechos al respecto son incontables, aunque la etiqueta de noticia no cuelgue siempre en los atentados al medio natural cometidos por el hombre
La portada, esta vez, es la imagen actual de Corta Atalaya (Riotinto), en la Cuenca Minera de Huelva, convertida hoy por el abandono en un lago de ácidos despropósitos, y ahogándose de abajo hacia arriba, pese a esas continuadas llamadas de socorro que, desde años atrás y con eco angustiado y profundo, el famoso socavón viniera realizando. A la luz – sombra, mejor - de dicha realidad, es notorio que nada supuso para el reconocimiento de la referida mina su milenaria puesta en valor, ya fuera por la pirita, ya por los peritos e ingenieros de su historia. De nada asimismo que esta última, aliada con el resto de las disciplinas (la literatura, sobre todo, a partir de la novela de Juan Cobos Wilkins, El corazón de la tierra), regulase los latidos de Corta Atalaya y, en consecuencia, comenzara a contribuir a la curación de las arritmias económicas que padece la zona en la que el citado monumento se ubica.
Craso error, sin embargo, considerar que los paisajes sean insensibles, que ni vean, oigan, palpen, huelan y gusten lo que tú, yo o aquel. Porque justo nuestros sentidos son los suyos, y así como mostremos ante ellos despreocupación, ignorancia, indiferencia o maltrato nos pagarán con idénticas monedas. Corta Atalaya, Bien de Interés Cultural, bellísimo mundo lunar (nunca lunático), acaso ahora se esté revelando (o rebelando), como riguroso ejemplo. A elegir, pues, entre muerte o vida. Y no hay más opciones.